"En su sesión, una mujer madura me decía: "Tengo casi 50
años, mi madre murió a sus 30 años, siendo yo muy pequeña... Ahora mismo soy
más vieja que mi madre cuando murió, he vivido más años que ella..., ¡debería
ser yo la que le diera consejos a ella! He aprendido más en la vida que ella en
la suya, he tenido más recorridos y más lecciones..., ¡pero aún así la necesito
a mi lado como la necesité toda mi vida! Una parte de mi será siempre niña; sé
que ahora mismo soy más madura de lo que fue ella cuando se fue..., pero mi
esencia infantil la busca, la reclama y la extraña como hija... y sé que será
así siempre."
Y eso me llevó a reflexionar sobre cierto punto: la incondicionalidad
del amor materno es un factor que nos marcará de por vida. He conocido ancianos
que lo que más extrañan en los últimos años de sus vidas es el amor de su
madre.
Han llegado a consulta los adultos más independientes, fuertes,
responsables, maduros, con discursos inteligentes..., que cuando a la hora de
hablar de su experiencia vital, cuando sale su lado más sensible, añoran,
extrañan, se vuelven “niños” buscando ansiosos la paz y la seguridad que sólo
encontraron en los brazos y la voz de sus madres...
Por supuesto están las madres que dañaron, que maltrataron, que
heridas por sus propias historias y traumas personales han marcado la piel y el
alma de sus hijos; y aún así, esos mismos hijos ya adultos, terminan
entendiéndolas, perdonándolas..., y muy en el fondo reclamando la madre que
tanto necesitaron y que nunca tuvieron: la madre que contiene, que protege, que
calma, que aconseja, que nutre... que AMA.
Muchos que la perdieron en formas tempranas siguen necesitándola el
resto de sus vidas.
Y también otros que la tuvieron con ellos siempre, jamás supieron
valorarla, respetarla, protegerla, hasta que (como siempre) se la valora cuando
ya no está.
Otros afortunadamente gritan a los cuatro vientos el amor por ella, la
admiración y necesidad que siempre tendrán de ella, sin sentirse menos por eso,
son los orgullosos “hijos eternos”.
Hijos enojados, hijos abandonados, hijos cobijados, hijos atendidos,
hijos postergados, hijos acariciados, hijos golpeados, hijos sostenidos y
acompañados, hijos solitarios e incomprendidos, hijos eternamente agradecidos,
hijos eternamente despechados... Hay tantos hijos como madres; pero pase lo que
pase entre esas dos almas, en esa historia tan única como será la de ese hijo y
esa madre, y aunque los años pasen y el niño llegue a edades avanzadas, y ya la
madre no esté..., hay una parte de ese hijo que siempre, pero siempre,
necesitará a la madre continente, a la madre que lo retuvo en su vientre por
nueve meses, a la madre que lo cobijó en sus primeros tiempos. Y si no la
tuvo... ¡también la añora y la necesita! Todos tendremos un niño dentro
necesitando esa esencia materna, más allá de la historia y los hechos que
acontezcan, más allá de lo que pase realmente con esa madre, más allá de si
crecemos con ella o no... ¡Hay tantos pacientes que llegan a consulta
justamente por no haber contado con su madre a su lado! Y siendo adultos lloran
como niños, y mostrándose fuertes ante su entorno se vuelven pequeños
indefensos a la hora de recordar esa “oculta” necesidad de una madre que lo
acompañó toda la vida... “¡Yo solo necesité una madre que me amara!”
¿QUÉ PASA CON EL AMOR DE LAS MADRES, QUE TIENEN TANTO PROTAGONISMO EN
NUESTRAS VIDAS?
El que lo tenga, que lo aprecie, reconozca y cuide. El que no lo
tenga, que entienda que hay formas de hablar y de compensar esa carencia; nada
se parecerá a tener a mamá a tu lado, pero podemos de alguna manera idear esa
madre que la vida no pudo darnos, y liberarnos de ese vacío que tanto nos ha
marcado y acompañado...
Y atendamos siempre a ese lado nuestro interno: el niño que siempre
reclamará algo tan esencial y vivencial, que le da sentido a tantos aspectos de
nuestra vida, que calma y colma el mundo de los afectos... como es el amor
materno.
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