Golpes. Empujones. Insulto. Humillación. Vejaciones físicas. Dolor. En
el cuerpo, sí. Pero, sobre todo, en el alma, hecha jirones tras tantos
desgarros. Y muchas lágrimas. Mucho miedo. Hasta terror. Sí, terror. Y la más
absoluta incomprensión. Porque el causante de ese infierno es sangre de la
propia sangre. Alguien a quien la víctima ha dado la vida, todo tipo de
cuidados, mimos, el amor más puro que pueda brotar de un corazón… Porque es su
hijo. O su hija.
Las agresiones de hijos a padres en el hogar familiar constituyen un
drama creciente, que ha empezado a encender algunas alarmas. El pasado año se
produjeron 486 casos en Euskadi que fueron atendidos por forenses, según la
memoria del Instituto Vasco de Medicina Legal. Es decir, un 17% más que el
ejercicio anterior. Esos episodios, los que llegan a las consultas sanitarias,
son solo una parte de los que se registran. La realidad es aún peor. La
vergüenza a denunciar al propio hijo o a pedir ayuda; la creencia de que ha
sido un arrebato esporádico, excepcional, y que el conflicto se podrá encauzar
en breve o, simplemente, el pánico ocultan decenas de drama tras las cuatro
paredes del propio domicilio. Sin embargo, la creación de programas impulsados
por las instituciones está empujando a algunos ciudadanos a dar el paso y a
pedir ayuda tras pronunciar unas palabras que nunca se imaginaron que llegarían
a juntar: mi hijo (o mi hija) me pega.
El pasado año se produjeron 486 casos ade violencia de hijos a padres
atendidos por forenses en Euskadi
¿Qué cóctel endemoniado en el cerebro y en el corazón lleva a un
adolescente a agredir y/o vejar a sus padres? ¿Qué tipo de familias sufren
estos actos de violencia? Un equipo de investigación de la Universidad de
Deusto, Deusto Stress Research, lleva cuatro años realizando un estudio al
respecto para intentar determinar las situaciones y los detonantes que derivan
en agresiones físicas y psicológicas en el seno familiar por parte de los
adolescentes.
"No hay una causa concreta para determinar que un hijo salga
agresivo, pero sí hay factores de riesgo", explica Esther Calvete,
investigadora principal del estudio de Deusto Stress Research. Los jóvenes más
propensos a agredir a sus mayores suelen tener un carácter irritable, consiguen
frustrarse con facilidad, reaccionan con cólera cuando no consiguen lo que
quieren... Ese agresivo comportamiento se agrava cuando empieza a consumir
drogas o cantidades ingentes de alcohol que le nublan el raciocinio. El enfrentamiento
suele surgir cuando los padres, tras conocer ese comportamiento y ser incapaces
de frenarlo, se niegan a pagar esos vicios. "Todo lo que necesitan para
conseguir las drogas provoca tensiones en el hogar. El adolescente no es capaz
de controlar su ira y termina insultando, amenazando, y en menores ocasiones,
agrediendo a sus padres", comenta Calvete.
Los jóvenes más propensos a agredir a sus mayores suelen tener un
carácter irritable
Los padres participantes en el estudio resaltaban que en el origen del
problema está el cambio de amistades o "las malas compañías".
UNA MAYOR ATENCIÓN EN LA NIÑEZ
EVITARÍA BUENA PARTE DE LOS CONFLICTOS
El tipo de familia donde los hijos golpean a los padres nada tiene que
ver con las clases sociales. Casos de ese tipo surgen en las zonas más
acomodadas y en los barrios más marginales. La falta de comunicación y de
atención de alguno de los padres al hijo durante su niñez, y la ausencia de uno
de los progenitores, bien por una separación matrimonial o por el fallecimiento
de este, son desencadenantes que hacen sentir al menor falta de cariño y
provoca esta conducta violenta. En muchos situaciones, la exposición a la
violencia en la vida diaria de la familia hace que los adolescentes repitan
esta acción "En familias donde ha habido violencia contra la madre o
contra el propio menor, el adolescente repite esté patrón de conducta"
cuando llega a la conocida 'edad del pavo', explica Calvete.
LA MADRE, EN EL OJO DEL HURACÁN
El estudio, llevado a cabo entre 2.179 adolescentes de entre 13 y 18
años, determina que las agresiones psicológicas son más constantes que las
físicas en las familias que padecen violencia filio parental. Un 14,2 % del
total de los encuestados ha agredido psicológicamente a la madre, al padre o a
los dos, frente al 3,2% que decidieron emplear la violencia física contra
alguno de sus progenitores o los dos. La razón del origen de la violencia
física suele ser la obtención de algún tipo de beneficio como es el permiso
para salir, la hora de llegada, la obtención de dinero...
El informe revela un incremento del número de chicas que ejercen
violencia contra sus padres. La psicológica es la más empleada, pero también
recurren a las agresiones físicas. La madre suele llevarse la peor parte.
"Es la que más tiempo está con los hijos, la que les dice que no… Por eso
recibe más los golpes", comenta Esther Calvete. "La mujer parece más
vulnerable y tiene más boletos de ser agredida. Con el padre se atreven menos”
"LA MADRE ES LA QUE MÁS TIEMPO ESTÁ CON LOS HIJOS. POR ESO RECIBE
MÁS LOS GOLPES"
La investigación ha utilizado baremos más rigurosos que otros estudios
similares a la hora de fijar los parámetros que determinan el término
'agresión'. En el caso de las psicológicas, solo ha contabilizado los casos en
los que se han producido al menos seis episodios de esa índole en un año, y
tres en el de las físicas. "Hay que tener en cuenta que el adolescente
está en una etapa de rebeldía, de enfrentarse a los padres. Cualquiera, en un
momento dado, le chilla o le dice una barbaridad a sus padres".
Para evitar el surgimiento de este tipo de agresiones, los padres
deben poner límites, unas reglas claras e inculcar disciplina. "Los niños
deben aprender que cada acción tiene sus consecuencias y esas consecuencias
deben llevarse hasta el último término", señala la investigadora. "Si
se le pone un castigo, debe cumplirlo", comenta en referencia a la
permisividad de los padres cuando un hijo hace algo inapropiado y la facilidad
que tienen para levantar el castigo.
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