domingo, 4 de mayo de 2014

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

Uno de los mitos que me ha inspirado por largo tiempo y aún hoy, ha sido el relato bíblico de la creación. Hoy me gustaría compartirlo con vosotros. Mi propósito es llegar a la vergüenza y la culpa.
El primer libro del génesis nos dice que al principio fue el logos -la palabra que divide y separa-. El logos separa la luz de las tinieblas, la tierra, el agua y el firmamento, y las criaturas del mar, del cielo y la tierra para que los habiten. Así empieza nuestra historia. Adán, la primera criatura humana, es depositado en el jardín del Edén, donde crecen dos árboles, el árbol de la Vida y el árbol de la Ciencia, del Conocimiento, o árbol del Bien y del Mal.
Es importante recalcar que Adán no es hombre sino una criatura. Es el ser humano que aún no ha sido atravesado por el lenguaje. Es un ser natural. Esto se nos describe con la imagen del Paraíso. No obstante, el tema de la dualidad no deja de plantearse, con los árboles, con la separación del costado de Adán para crear a Eva. Pero estas divisiones no alcanzan la conciencia y las criaturas permanecen en el Paraíso. La división de las formas, sin embargo, hace posible la acción de la serpiente, que promete a Eva que si come del fruto del árbol de la Ciencia tendrá discernimiento. Y cumple su promesa. Cae el velo del Edén, y los humanos pueden distinguir.
Éste es el relato de la caída del hombre. El pecado del ser humano consiste en su separación de la unidad. Pero en la lengua griega el significado de la palabra pecado difiere del que acostumbramos. Hamartama, el pecado, significa fallo, error, falta en relación a un punto. El pecado no es un polo, sino la polaridad en sí. Este mensaje lo encontramos claro en la tragedia griega, cuyo tema central es que el ser humano se ve forzado a elegir entre dos posibilidades, pero, decida lo que decida, siempre falla.
Volvamos entonces a la caída, el sujeto, ya diferenciado, ha iniciado su camino de discernimiento, el camino del saber -un saber que de acuerdo a la premisa siempre falla-. Y entonces ven que están desnudos y sienten vergüenza. Adán y Eva han caído del ideal, se saben pecadores, incompletos, en falta, fallidos. La vergüenza queda entonces planteada como salida del ideal.
Decía Sartre que la vergüenza da muestra de la conciencia de si mismo bajo la mirada de otro. Se desarrolla en interacción y es por tanto experiencia del vinculo social. La vergüenza va más allá de ser un afecto que molesta al yo, acude al nacimiento del sujeto en el mundo, en la cultura. Si hay vergüenza, ésta es signo de sujeto. El sociólogo Gaulejac refiere que “al reconocer que su conducta es vergonzosa, el sujeto puede conservar su lugar en la comunidad social”, y continua “en caso contrario corre el riesgo de desviarse hacia la locura o la inhumanidad”.
Algo más diremos acerca de la vergüenza, si tomamos su origen griego -aidôs-, que permite captar la ligadura de los contrarios, pues significa tanto vergüenza como honor. Los griegos de la antigüedad veían aquí la raíz de la moral social, un valor para orientar el hacer de las persona. Es en este punto donde podemos articular la culpa, en la que la vergüenza desposeída de su acepción de honor, nos lleva a la sumisión de una prohibición explicita. Normas, castigos, intolerancia o violencia son posturas cada vez más extremas de esta posición. El sujeto ya diferenciado tiene ahora un nuevo amo.

Marta López Monís

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