El sexo constituye la
mayor expresión de intimidad que dos personas pueden compartir. Con frecuencia
tiene lugar en el contexto de una relación de pareja, y goza de una gran
importancia en lo relativo a la consolidación del vínculo amoroso y la
manifestación de ternura y aprecio. En otras circunstancias el sexo puede
buscarse exclusivamente para obtener placer, de forma que éste queda
desvinculado de una relación puramente afectiva (y puede implicar a más de dos
personas, como es el caso de los tríos o las orgías).
Los problemas que
tienen lugar en el ámbito de la sexualidad pueden manifestarse en otras áreas
de la vida en común, pudiendo llegar a alterar profundamente la convivencia y
generar una profunda insatisfacción personal. Son muchas las circunstancias que
pueden propiciar condicionantes en esta faceta de la vida, desde alteraciones
biológicas (enfermedades de base física, tratamientos quirúrgicos o químicos,
etc.) a conflictos relacionales (pérdida de atractivo de la pareja,
frustración, vergüenza, culpa, etc.) y trastornos mentales (depresión,
ansiedad, etc.).
En este texto vamos a
analizar los principales trastornos que se observan en la consulta, excluyendo
de nuestros propósitos divulgativos las parafilias de relevancia clínica
(pedofilia, necrofilia, zoofilia/bestialismo, etc.). No se trata de un análisis
exhaustivo, sino de una breve revisión en torno a las fases de la relación
sexual (deseo, excitación, meseta, orgasmo y resolución) y los posibles
condicionantes que en éstas pueden concurrir. Por su especial relevancia,
prestaremos una mayor atención al deseo sexual y la excitación, por tratarse de
las más habitualmente afectadas.
DESEO SEXUAL
Las alteraciones del
deseo sexual constituyen uno de los principales trastornos que pueden
observarse en la clínica. En estos casos, la persona manifiesta no experimentar
interés por mantener relaciones sexuales. Este desinterés puede estar asociado
exclusivamente a la pareja habitual o hacerse extensible a cualquier otra
persona, de forma que el grado de afectación trascendería la problemática
relacional para pasar a formar parte de una posible percepción aversiva del
sexo.
El Deseo Sexual
Inhibido (DSI) es un fenómeno más común en mujeres que en hombres. A menudo
emerge en el contexto de una terapia de pareja, en la que se hacen explícitos
conflictos relacionales de intensidad variable. Es habitual, por ejemplo, que
la ausencia de deseo se asocie a una percepción general de insatisfacción con
la pareja o con uno mismo, que ocurra en momentos de elevado estrés (laboral o
de cualquier otro género), a lo largo del desarrollo vital (menopausia, p.e.) o
que sea el resultado de una erosión significativa del vínculo amoroso. En
cualquier caso, la ausencia de contacto sexual promueve una dinámica
sentimental caracterizada por un deterioro progresivo de la relación que con
relativa facilidad puede conllevar una ruptura definitiva. Evaluar la
problemática que subyace a la atenuación/desaparición del deseo es una cuestión
de especial relevancia a la que se ha de dedicar un tiempo generoso en la
consulta, puesto que facilitar un espacio terapéutico en el que se resuelvan
los conflictos a través de una comunicación abierta y sincera puede propiciar
un clima de entendimiento muy positivo.
Es también habitual
observar que tras la afectación del deseo sexual se encuentra una miríada de
creencias irracionales que orbitan en torno al sexo, y que a menudo se han
transmitido por figuras de apego significativo a lo largo del proceso educativo
(así como a través de los medios de comunicación y la cultura donde la persona
está inmersa). En este sentido, se encuentra con relativa frecuencia que la
persona afectada manifiesta aversión al sexo por considerarlo un asunto sucio,
pecaminoso, denigrantre o indigno; lo que añade a la ausencia de deseo un
componente de repulsión que lo fortalece y cronifica. Esta aversión puede
asociarse a actividades sexuales específicas (sexo oral, sexo anal, etc.) o a
la generalidad del acto sexual (lo que hace más complejo el tratamiento
psicológico). En la evaluación del paciente es necesario explorar la posible
presencia de abusos sexuales en algún momento de su historia vital, ya que a
menudo son éstos los que explican la particular perspectiva que adoptan en
relación al sexo. En caso de confirmarse el abuso será necesario explorar sus
componentes, el tiempo durante el cual se mantuvo y que rol asumía el abusador
en la vida de la persona (familiar, amigo, etc.). También es frecuente que en
caso de DSI asociado a abuso (violación, incesto, etc.) se manifiesten
comórbidamente otros fenómenos clínicos, como la anorgasmia, el vaginismo y/o
la dispareunia (de las que hablaremos más adelante). En otros casos (incesto
perpetrado por la figura paterna, especialmente) se observa precisamente lo
opuesto a la inhibición del deseo, esto es, una conducta excesivamente
erotizada que se utiliza como estrategia de vinculación afectiva y aprobación.
En algunas ocasiones,
estadísticamente menos relevantes, observamos casos en los que el DSI se asocia
a un perfil de personalidad específico por el cual la persona muestra, sin
conflicto subyacente aparente, una total ausencia de deseo. Esta postura
constituye una posición vital que por sí misma es egosintónica (no genera
malestar), por lo que a menudo acuden a consulta acompañados por su pareja (que
refiere quejas en torno a la intensidad o el número de contactos sexuales
mantenidos).
Aunque en la mayoría
de ocasiones el DSI obedezca a conflictos psicosociales en el ámbito de la
intimidad relacional, es posible encontrar otros casos de ausencia de deseo
cuya etiología es claramente fisiológica. Es posible, por ejemplo, que un
aumento de la prolactina o una reducción de la testosterona en el organismo
reduzcan significativamente el deseo percibido. Ambos fenómenos son habituales
en determinados momentos de la vida, que se acompañan de un declive endocrino
evidente (menopausia o andropausia, p.e.) o que estén vinculados a una
experiencia estresante de larga duración que afecta el funcionamiento de las
glándulas (pineal, tiroides, testículos, suprarrenales) encargadas de la
secreción de estas hormonas. En un número reducido de casos, esta actividad
hormonal deletérea se asocia a la presencia de elementos tóxicos en el
organismo (como los anabolizantes, determinadas sustancias psicotrópicas,
alcohol, tabaco o fármacos de uso común) que por sí mismos (o en combinación
con otros) acaban por generar la sintomatología. También la falta de sueño y la
malnutrición pueden jugar aquí un papel relevante.
EXCITACIÓN
Los trastornos de la
excitación pueden ocurrir durante el acto sexual practicado en ausencia de
deseo, pero también en casos donde la persona experimenta un alto deseo de
practicar sexo pero, por algún motivo, la fase de excitación no transcurre con
normalidad.
En esta etapa (ver
artículo “Fases de la Respuesta Sexual Humana”, en nuestra web), se manifiestan
un conjunto de correlatos fisiológicos que constituyen un elemento esencial en
la respuesta sexual. El corazón late más deprisa, se produce una alteración en
la emisión de saliva, se observa un incremento en la actividad electrodérmica y
aparecen cambios evidentes en los órganos sexuales del hombre y la mujer (que
propician, entre otros, la penetración). Es posible que en los trastornos de la
excitación se haga manifiesta una alteración en este proceso que interrumpa
definitivamente el encuentro sexual por una afectación de la experiencia de
placer.
En el caso de la
mujer, puede observarse un déficit en el aporte sanguíneo de la vagina y su
musculatura, que se refleja en una respuesta lubricatoria deficiente. Esto
puede deberse a una estimulación insuficiente/aversiva (caricias toscas, juego
amoroso breve/deficiente, movimientos muy bruscos, intentos de penetración
precipitados, etc.) o ser una manifestación de alteraciones físicas o endocrinas.
Con la llegada de la menopausia es habitual que los cambios en la dinámica de
los estrógenos precipiten respuestas lubricatorias anómalas, lo que puede
resolverse fácilmente con el uso de lubricantes (que pueden adquirirse por
prescripción facultativa). En otros casos, los problemas de excitación en la
mujer se asocian a experiencias dolorosas durante el coito, que pueden estar
asociadas a alteraciones de la estructura uterina (prolapso) o a respuestas
musculares/sensoriales específicas (vaginismo o dispareunia). También los
problemas relacionales (relación rutinaria, conflictos personales, ausencia de
comunicación, pérdida de atractivo, etc.) se encuentran en el núcleo de la
problemática asociada a las alteraciones de la excitación, tanto en hombres
como en mujeres.
En el prolapso (o
desplazamiento del útero) observamos anormalidades uterinas que dificultan la
introducción del pene y la evolución favorable del encuentro sexual hasta la
experiencia orgásmica. Puede ocurrir, por ejemplo, que el útero se encuentre
desplazado y su estimulación interna genere dolores cuya intensidad convierte
el sexo en una experiencia desagradable (que a menudo progresa hacia formas
severas de deseo sexual inhibido) o que el pene entre en contacto con
estructuras internas que alteren la respuesta excitatoria normal.
El vaginismo es una
fuerte contracción involuntaria de los músculos del último tercio de la vagina,
lo que supone una oclusión de la entrada vaginal y por tanto, un impedimento
para llevar a cabo una penetración adecuada (a pesar de que el varón consiga
una respuesta eréctil favorable). Es posible que este fenómeno se presente
junto a creencias erróneas asociadas al sexo o que exista una historia previa
de abuso sexual, aunque en la mayor parte de las ocasiones su etiología no está
totalmente clara (ya que aparece en mujeres completamente sanas). Su
tratamiento es muy sencillo: consiste en la introducción de dilatadores
vaginales de diámetro progresivamente mayor diseñados especialmente para este
cometido. Es adecuado que si se advierten síntomas de vaginismo se acceda
cuanto antes a un especialista, puesto que es un problema de sencilla
resolución (y en caso de no corregirse puede deteriorar la calidad de la
relación sexual). La dispareunia, por otra parte, hace referencia a cualquier
experiencia dolorosa durante/después del acto sexual y su origen puede ser muy
diverso: desde alteraciones estructurales o funcionales hasta conflictos
psicológicos importantes (intra o interpersonales). En este caso, el tratamiento
es más complejo y existe la posibilidad de que no se resuelva completamente la
sintomatología (pues ésta depende del origen de la misma). Una exploración
ginecológica en profundidad determinará la etiología orgánica en caso de que la
hubiere, mientras que una valoración psicológica exhaustiva profundizará en
cualquier base psicológica que pudiera explicar la alteración.
En el caso del hombre,
los principales trastornos de la excitación son la eyaculación precoz y la
disfunción eréctil, aunque también existen otras condiciones médicas dolorosas
(síndrome de Peyronie o induración plástica del pene, que afecta a su curvatura
e inclinación) que pueden afectar a la excitación. Las lesiones de los vasos
cavernosos pueden propiciar alteraciones estructurales importantes que también
generen dolor y déficit excitatorio. En el caso de la eyaculación precoz, se
observa expulsión seminal como resultado de una estimulación leve (y en los
casos más graves, ni siquiera resulta necesario el contacto propiamente dicho).
Debido a que generalmente esta eyaculación sucede con anterioridad a que la
pareja sexual haya alcanzado el orgasmo (y es seguida de una respuesta
refractaria del pene que impide la continuidad del coito) es posible que el
varón experimente sensación de inadecuación que merme la autoestima y erosione
la relación de pareja. En estos casos, es necesario continuar la estimulación
haciendo uso de otros procedimientos, de modo que el contacto pueda prolongarse
en el tiempo y resultar más satisfactorio para ambas partes. El tratamiento de
la eyaculación precoz es también muy sencillo (erotización sexual sin
penetración, estimulación con pausas, etc.), por lo que resulta llamativo que
continúe siendo (junto a la disfunción eréctil) el más frecuente de estos
trastornos en el varón. En cuanto a la disfunción eréctil, en la mayoría de las
ocasiones se observa una etiología psicológica clara, aunque también puede
haber causas fisiológicas que la provoquen (alteraciones endocrinas, lesiones
medulares, problemas de conducción sanguínea, lesiones estructurales de los
cuerpos cavernosos y/o de la túnica albugínea que sirve de revestimiento
interno de los cuerpos cavernosos, etc.). En este trastorno, el pene no alcanza
un grado de firmeza suficiente para conseguir una penetración satisfactoria, lo
que dificulta enormemente llegar al orgasmo y puede producir frustración en la
pareja. Es habitual que un solo encuentro sexual en el que se presente un
problema de disfunción eréctil (cotidianamente conocido como “gatillazo”) sea
suficiente para condicionar encuentros posteriores a través de un mecanismo de
hipervigilancia obsesiva del rendimiento sexual. El consumo de alcohol, tabaco
y otras drogas también puede alterar la fluencia de sangre a los cuerpos
cavernosos, alterando la respuesta de erección. Sea como fuere, la percepción
subjetiva de impotencia en el ámbito sexual puede alterar profundamente la
autoestima (tanto del varón como de la mujer).
Finalmente,
encontramos otras alteraciones de la excitación en el varón que se asocian a
penetraciones dolorosas. Es el caso, por ejemplo, de la enfermedad de Peyronie
(curvatura anormal del pene con alteración de las estructuras internas) o la
fimosis de gran oclusión que no ha recibido tratamiento quirúrgico adecuado
(que puede llegar a producir, en determinadas circunstancias, un
estrangulamiento del glande que requiera atención médica inmediata). Otras
alteraciones fisiológicas (frenillo del pene excesivamente corto, por ejemplo)
también pueden producir dolor y generar lesiones durante el acto sexual, lo que
necesariamente va a alterar la respuesta de excitación.
Finalmente, más allá
de estos problemas anatómicos y funcionales, se encuentran con mucha frecuencia
alteraciones de la excitación que se asocian a hábitos y creencias falsas sobre
el sexo. Por ejemplo, ciertas ideas subjetivas (como las que hemos tratado en
las alteraciones del deseo) pueden inhibir la respuesta excitatoria y obligar a
la interrupción del coito (no merecer el orgasmo, vergüenza de expresar la
experiencia de placer, tener un pene demasiado corto o estrecho, pechos caídos,
estar gordo/a, etc.). También es habitual que el desconocimiento o ignorancia
de la respuesta sexual masculina/femenina (o la información inadecuada sobre
ésta) propicie encuentros poco estimulantes para la pareja sexual, por lo que
siempre es interesante que todas las personas reciban una adecuada educación
erótica/sexual y conozcan en profundidad los deseos de su compañero o compañera
(que dependerán de su capacidad para expresar sus preferencias y carencias). En
IVAPSAN organizamos periódicamente charlas y cursos para cubrir esta necesidad
divulgativa.
MESETA
Los trastornos de la
sexualidad en esta etapa son similares a los que se observan en la fase de
excitación. De hecho, son muchos los autores que abordan la sexualidad y no
contemplan esta etapa como un parte independiente del proceso sexual, sino como
una simple continuidad de la fase de excitación. Aún así, es necesario señalar
que ciertas alteraciones físicas (insuficiencia cardíaca o hepática, p.e.)
pueden propiciar un acortamiento del tiempo de penetración por percepción de
fatiga. También puede ocurrir que un coito que se prolongue demasiado en el
tiempo imponga también importantes condicionantes para alcanzar el orgasmo, ya
que la tumefacción del pene y la lubricación vaginal tienden a disminuir
progresivamente.
Existen también casos
en los que un miembro de la pareja busca exclusivamente satisfacer al otro,
sacrificando su placer personal (o que, en cambio, muestre una actitud
excesivamente egoísta). Es frecuente que en estas situaciones acabe
deteriorándose profundamente la calidad de las relaciones sexuales, puesto que
se convierten en encuentros generadores de ansiedad y frustración.
ORGASMO
Los trastornos del
orgasmo son, junto a los que comprometen al deseo sexual (que ya hemos
abordado), los más frecuentes en la mujer. De hecho, estadísticamente son más
habituales en la población femenina que en la masculina. Todas las dificultades
para alcanzar el orgasmo se engloban en el concepto general de anorgasmia y,
como el resto de alteraciones sexuales, puede tener un origen tanto fisiológico
como psicológico.
Por un lado,
observamos anorgasmia (incapacidad para lograr el orgasmo) en aquellas mujeres
que sufren alteraciones en la estructura del clítoris. Al parecer, según
estudios recientes, sería esta estructura (que goza de una extensa y riquísima
enervación) la responsable última de la experiencia de placer en el orgasmo
femenino (por estimulación externa del propio órgano o de sus ramificaciones
nerviosas en la pared vaginal). Los casos más extremos de anorgasmia asociada a
estimulación del clítoris concurren en aquellas mujeres que han sufrido
ablación de esta estructura en ritos propios de ciertas culturas, que incluyen
la extracción quirúrgica completa o parcial de la misma. En estos casos se
observa un incremento del placer a medida que avanza el encuentro sexual, pero
en ningún caso se llega a producir el orgasmo. El fenómeno contrario se observa
en las mujeres multiorgásmicas, pues aunque objetivamente presenten una
alteración del orgasmo, ésta no suele motivar consultas con el especialista.
Muchas mujeres indican
que, a pesar de no tener ningún problema de salud (fisiológico o psicológico)
son incapaces de experimentar orgasmos en sus encuentros sexuales. En este
momento no se dispone de datos suficientes para dar respuesta adecuada a este
hecho, pero se están realizando muchas investigaciones para explicar los
motivos que subyacen a él. Lo que sí es más habitual es que, con la llegada de
la menopausia, se observe una reducción del placer orgásmico inducida por los
cambios naturales en la respuesta fisiológica (aunque no afecta a todas las
mujeres). También las creencias irracionales, la vergüenza a expresar placer,
cualquier problema vital de especial relevancia (cambios abruptos en la línea
de la vida, paro, jubilación, economía deficiente, etc.), trastornos
emocionales (ansiedad o depresión), etc. pueden atenuar o inhibir completamente
el orgasmo.
En los varones, se han
observado ciertas alteraciones fisiológicas que generan retroeyaculación (el
semen se deposita en la vejiga) y reducen significativamente la experiencia de
placer en el orgasmo. Los tumores benignos de próstata, además de provocar
potencialmente otros problemas de salud, también pueden reducir la respuesta
orgásmica. El consumo de alcohol u otras drogas con el objetivo de potenciar la
experiencia sexual puede provocar, de hecho, una experiencia totalmente
contraria (ya que, aunque pueden aumentar puntualmente el deseo en dosis bajas,
la intensidad del orgasmo es mucho menor) por lo que siempre es desaconsejable
utilizar cualquier droga con este objetivo (y realmente, con cualquier otro).
La atenuación del placer orgásmico por consumo de drogas es especialmente
importante en el caso de los varones, aunque también afecta a la población
femenina.
RESOLUCIÓN
Una vez alcanzado el
orgasmo, acontece seguidamente la fase de resolución. En este momento se
atenúan progresivamente todos los cambios fisiológicos que se han ido
desencadenando a lo largo de la fase de excitación (cuya máxima expresión tiene
lugar en el orgasmo) y cuyo objetivo sería facilitar el encuentro sexual.
Fisiológicamente, la pareja experimenta una sensación de relajación e incluso
somnolencia, hipersensibilidad al contacto y declinación del deseo sexual (que
se había mantenido hasta el momento). En algunas mujeres este deseo no se
reduce (o incluso se intensifica), y es posible continuar con la estimulación
sexual para conseguir nuevos orgasmos sucesivos (multiorgasmia).
Las principales
alteraciones que pueden darse durante la resolución serían el priapismo
(mantenimiento doloroso de la erección en el varón) y el dolor post-coital (una
forma de dispareunia que puede obedecer a problemas de salud subyacentes).
Ambas condiciones son infrecuentes, pero pueden requerir intervención médica
especializada
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