Freud establece en
`Totem y tabú´ que con el crimen y la ley comienza el hombre. Con el tiempo
Lacan reformula esta idea. Toma el relato de la creación cristiano para decir
con la ley y el crimen es que comienza el hombre. Con este giro queda planteado
que es la ley, la que hace el pecado.
Puede desconcertar de
entrada pero hay quien lo usa todos los días. Os suena esto de -`pero bueno,
eso no es un hombre´-. Con esto, establecemos qué es y qué no es un hombre
mediante la articulación del crimen y la ley, y las significaciones que se le
den a la ley y al crimen son las que nos darán la noción de hombre para una
determinada sociedad.
Lo que Lacan trae de
nuevo es que el superyó revela una figura moderna de hombre, una forma de la
significación del crimen y de la ley. ¿Y cuáles son los crímenes que emanan del
superyó? Las características son simples, son crímenes simbólicos e irreales,
no más. Son irrealizados. Y como el crimen es simbólico, también la ley. Es
más, el orden simbólico determina la posición del sujeto.
Pero la cosa se
complica, pues en los últimos tiempos, la familia se deshace y queda reducida a
la pareja conyugal. Esto genera confusión, la función simbólica no se
diferencia de lo natural, la función paterna, por ejemplo, del papá en
cuestión.
Y ahora, desmembrada
del vasto grupo social, la familia tiene mucho más poder sobre el individuo,
pues el sistema de identificaciones te deja totalmente regalado a los caprichos
de tu mamá y de tu papá, al tiempo que pierde poder respecto a lo social. Es
claro, la legislación regula, vamos a decir… la escolaridad, y uno no puede
decidir si prefiriese que el niño estudie en casa. Es un efecto ambivalente. La
familia pierde efecto frente a lo social, gana efecto frente al individuo.
Y así surge la
neurosis -no la psicopatía-, producto de la modernidad; adviene como tal por
determinadas configuraciones del grupo familiar, en relación a la sociedad en
la que ese grupo familiar se inscribe. Decía Lacan `…requieren de explicación
los procedimientos mediante los cuales el neurótico se adapta parcialmente a lo
real: mutilaciones autoplásticas que se pueden reconocer en el origen de sus
síntomas´.
Es decir, el sujeto
cede, renuncia a una parte fundamental de sí mismo, precisamente, porque en
nuestra sociedad opera el superyó. Así que, asumimos la falla como propia y nos
sometemos al castigo de una `mutilación autoplástica´ y es ahí donde surge el
síntoma, la forma de pagar lo que se cree un desaguisado propio que, en
realidad, es el defecto en la estructura familiar.
Y si por algún revés
algo se quiebra, sin cometer crimen alguno, uno se siente igual un criminal,
porque está inscrito algo propio de nuestra cultura que es un ideal de deber
puro. Es lo que nos pasa cuando tenemos un accidente, cuando chocamos, y nos viene
esto de ´debería haber prestado más atención´.
Así que el neurótico
siempre falla. Levanta la falla del otro y la asume sometiéndose al castigo de
la mutilación y dejando lugar al síntoma. Y con su síntoma, aunque algo gane,
más pierde.
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