En la adolescencia, problemas psicológicos como la depresión o el
estrés no siempre se manifiestan con las señales características en los
adultos. En muchas ocasiones, la depresión queda enmascarada bajo otros
síntomas, como agresividad o irritabilidad. Por este motivo, se aconseja a los
padres que estén atentos a los cambios de humor de sus hijos y fomenten la
comunicación con ellos.
AutorLa depresión y el estrés son dos de los problemas de salud más
importantes en la actualidad. Y los adolescentes, inmersos en una etapa de
cambios cruciales, también los sufren: uno de cada cinco padece sus
consecuencias. El estrés es la respuesta automática y natural del cuerpo ante
las situaciones que resultan amenazadoras o desafiantes. El entorno está en
constante cambio y hay que adaptarse de manera continua. Sin embargo, cuando el
estrés es excesivo pueden desarrollarse problemas psicológicos, como trastornos
de ansiedad o depresión.
SEÑALES HABITUALES
Entre las señales del estrés habituales en esta franja de edad figuran
taquicardias, aumento de la agresividad, abuso de sustancias tóxicas, como el
alcohol o las drogas, y el desarrollo de alguna enfermedad física. Como destaca
Esther Calvete, profesora de psicología de la Universidad de Deusto, “el estrés
responde a una situación de desajuste vital”. Esta situación que lo genera es
muy variada: un examen en el instituto, discusiones con los amigos o la
separación de los padres. Cuando el estrés es intenso, según las peculiaridades
de cada individuo, pueden surgir síntomas de diversa naturaleza: ansiedad,
depresión o conducta agresiva, entre otras.
Los síntomas de la depresión en los más jóvenes pueden ser diferentes
a los manifestados por adultos. No es sencillo diagnosticar una depresión
durante la adolescencia, ya que en esta etapa son habituales los altibajos en
el estado de ánimo. Además, indicios tan típicos de la depresión como tristeza,
problemas para dormir o falta de autoestima pueden estar enmascarados por una
conducta desobediente, discusiones frecuentes, consumo de drogas, etc.
En estos casos, explica Calvete, los adultos pueden interpretar que el
problema del joven es de una naturaleza distinta a la depresión, pese a que un
diagnóstico correcto es el paso previo necesario para una intervención
adecuada. El adolescente puede mostrarse triste y apático, aunque en ocasiones
manifiesta irritabilidad y reacciona de manera brusca hacia las demás personas.
“Estos cambios emocionales se acompañan de pensamientos negativos o falta de
autoestima, se siente rechazado o sin esperanza de que las cosas mejoren. En
ocasiones, los pensamientos incluyen ideas de suicidio”, añade la experta.
SENTIRSE ACEPTADO
El papel de la familia consiste en ayudar a que su hijo tenga un
auto-concepto de sí mismo equilibrado y una autoestima positiva
Durante la adolescencia, ser aceptado por los demás se convierte en
una necesidad psicológica fundamental. Esta necesidad de aceptación tan intensa
“se debe a los estereotipos y valores que caracterizan la cultura occidental”,
considera Calvete. A las chicas se les enseña, en mayor medida, que es
importante agradar a los demás, lo que implica tener un aspecto físico que
guste. Algunas comienzan a deprimirse a raíz de comentarios negativos sobre su
aspecto físico. En muchos casos, cuando se tiene la creencia de “necesito ser
aceptada por los demás, sería horrible que me rechazaran…”, cada vez que se
enfrenta a una crítica o al rechazo por parte de los demás lo pasa muy mal. Si
estas situaciones se repiten de forma prolongada, pueden desarrollarse los
síntomas depresivos.
Un joven que tiene problemas para que le acepten cambiará algunas de
sus conductas. La psicóloga Sílvia Sumell afirma que algunas señales son
indicativas de que un adolescente tiene problemas para que le acepten
socialmente, como el hecho de que “nunca o muy pocas veces quede con alguien,
no le llamen, no se conecte a ninguna red social como Facebook, tenga problemas
con los compañeros de clase (peleas) o con los profesores (contesta mal, es
desafiante, etc.), no le apetece quedar con nadie, se aburre o está más
irritable que de costumbre, tiene alteraciones del sueño o del apetito, o
empeora su rendimiento académico”.
De la misma manera, algunos estudios señalan que a partir de los 13 ó
14 años aumentan los casos de depresión de una forma muy acusada. Este
incremento se prolonga durante toda la adolescencia. Las chicas se deprimen con
más frecuencia que los chicos: al final de la adolescencia, la tasa de
depresión del sexo femenino es el doble que la del masculino.
PRESIÓN ACADÉMICA, DEPRESIÓN Y ESTRÉS
Una de las principales causas de depresión en la adolescencia es la
exigencia por obtener buenas notas. Alicia López de Fez, psicóloga en Valencia,
señala que los adolescentes se quejan de la presión académica, ya que llegan a
la consulta con un gran sentimiento de inseguridad y con poca confianza en sus
posibilidades. En las sesiones, ganan autoconfianza y las quejas por la carga
de los estudios dejan de ser tales de manera progresiva. Si se ajustan las
metas a los recursos, si se establecen metas realistas, la presión académica
percibida es menor y la frustración, también.
Las quejas sobre la cantidad excesiva de deberes, exámenes o trabajos
que entregar y muy poco tiempo son habituales. No obstante, Sumell afirma que
“no hay una presión académica generalizada, sino que los jóvenes con problemas
añadidos suelen percibirlo así y, a consecuencia, su rendimiento académico
queda afectado”.
Esta presión no sólo es responsabilidad de los padres. Los expertos
coinciden en que hay una presión social que empuja a ser cada vez más y más
competitivos. Quienes no tienen una vocación clara o están desmotivados con los
estudios, pueden sufrir más. “Acuden a la consulta jóvenes sin vocación ni
hábito de estudio que sobreestiman sus cualidades y que no son capaces de
reconocer que sin fuerza de voluntad y sacrificio no lograrán empezar, o terminar
según los casos, sus estudios universitarios”, explica López de Fez.
Por otro lado, una de las principales consecuencias de la actual
crisis económica es el futuro laboral que espera a muchos de ellos. La falta de
perspectivas en este terreno es un factor estresante en el final de la
adolescencia y puede provocar problemas como ansiedad o depresión.
FOMENTAR LA AUTOESTIMA
El auto-concepto es la imagen que se tiene de uno mismo y la
autoestima es la medida en que esa imagen gusta o no al propio individuo. La
autoestima es positiva si la imagen que tiene una persona de sí misma es
positiva. Sílvia Sumell explica que la autoestima se forma a lo largo de la
vida según los comentarios que se reciben de los padres y de las experiencias
que se viven. “Una de las funciones de las familia es ayudar a que su hijo
tenga un auto-concepto de sí mismo equilibrado (adaptado a su realidad) y una
autoestima positiva”, indica Sumell.
Esta profesional aconseja, en primer lugar, hacer uso del lenguaje de
la autoestima: mejorar la comunicación con el adolescente y, para ello, emplear
un lenguaje positivo y evitar acusaciones, ridiculizaciones y comentarios
irónicos. Para que los progenitores contribuyan a fomentar una autoestima sana
en sus hijos, aconseja:
·
Aceptarles tal y como son.
·
Descubrir qué tienen de especial y decírselo.
·
Tratarles con respecto y afecto.
·
Premiar sus éxitos y sus esfuerzos.
·
Ayudarles a aceptar sus propias limitaciones.
·
Colaborar para que se fijen metas razonables.
·
Ayudarles a conseguir el éxito social porque es
básico para ellos.
·
Fomentar su autonomía mediante la confianza y
permitirles asumir responsabilidades
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