Amor
profundo, total, sin límites. Muchos quieren sentirlo, pero pocos
tienen la fuerza para hacerlo. La fusión con el otro es tal que uno
pierde el control y se duda hasta de la propia identidad. El amor nos
vuelve tan vulnerables que basta un pequeño desliz para sentir que
estamos en riesgo. Una mezcla de amor y miedo nos hace cometer
tonterías, como entregarse hasta la médula (supuestamente) sin esperar
nada a cambio. En esa situación, quien lo da todo también espera poder
controlarlo todo. Sin darse cuenta,
convierte el amor en una deuda, pues detrás de la incondicionalidad hay
una exigencia: "si yo hago todo por ti, lo mínimo que puedes hacer es decirme que me amas cada cinco minutos".
Cuando
uno quiere controlar al otro es porque no puede (no quiere, no sabe)
controlarse a sí mismo. Tarde o temprano, el otro dirá que se siente
asfixiado, pedirá aire, espacios para su realización individual, tiempo
para sí mismo y para sentirse libre nuevamente... Antes de llegar a ese
extremo, uno debe hacerse las siguientes preguntas: ¿soy muy
demandante?, ¿necesito que me haga cumplidos tres veces al día?, ¿quiero
controlar sus decisiones de
tiempo y espacio?, ¿hago berrinche cuando sale con otras personas?,
¿tengo la sensación de que quiere deshacerse de mí aunque no me ha dicho
nada?, ¿pienso que el amor es vivir pegados como siameses?, ¿hago todo
por mi pareja pero ella/él no me corresponde igual?
Si
uno se reconoce en varias de las actitudes anteriores, lo mejor es
hacer un alto. Hay que dejar de controlar y asfixiar a la persona a la
que supuestamente se ama, porque corremos el riesgo de aniquilarlo
(simbólicamente hablando) o de matar el amor con ataduras. Hay personas
que se han independizado desde muy jóvenes, para ellas la independencia
es casi como un tesoro que no tiene precio.
Cuando entran en una relación en la que su pareja quiere disponer de
los tiempos y controlar sus decisiones (de amistades por ejemplo), estas
personas sienten pánico y pueden huir de la relación.
Todo
lo anterior es bastante común, pero no todo está perdido. Hay unas
actitudes prácticas para empezar a recuperarse a sí mismo y dejar de
asfixiar a la otra persona:
· Tu
pareja no es tu empleado sentimental, deja de exigirle más y más
atención. Si hoy tu pareja tiene mucho trabajo y no puede estar contigo
todo el día, no te deprimas ni te aturdas con ideas tontas. Llena tus
vacíos emocionales a través de otras actividades que te conecten de
nuevo contigo mismo, como leer o hacer deporte. Disfruta también de tu
libertad.
· Si
te sientes rechazado, rastrea en qué situaciones precisas aparece esa
sensación. Quizá a tu pareja le agrada compartir su tiempo con sus
amistades, pero eso no significa que haya dejado de querer a ti o que te
vaya a cambiar por alguien más. Habla de ello con tu pareja de forma
saludable y no entres en una escena de celos. ¡Evitas las crisis de
berrinches!
· No
más chantaje, no más berrinche. Quítate la costumbre de imponer tu
punto de vista.
Acostúmbrate a preguntarle a tu pareja qué quiere hacer, qué piensa,
qué le parece mejor. Escúchalo y dale su lugar. No dejes que tus miedos
se impongan sobre ti.
· Ocúpate
de ti mismo. Dedica tiempo para realizar una actividad que te encante,
en la que no necesites de la aprobación de tu pareja ni de nadie para
sentirte feliz. Si necesitas tiempo para esto, háblalo con tu pareja y
si es posible, establezcan horarios para que cada uno pueda disfrutar de
esos tiempos.
· No
guardes secretos ni digas mentiras chiquitas solo para controlar o
hacerle sentir bien al otro. Tarde o temprano tú pareja reaccionará, se
dará cuenta de la verdad y terminará agotada y desilusionada. Establece
tus propios límites y asume las consecuencias de tus actos. ¡Tú también
eres responsable!
· Deja
que el otro viva la vida como desea, que sea quien quiere ser. Ningún
amor es más satisfactorio que aquel que vuelve a nosotros porque se
siente libre y reconocido. Si la otra persona puede sentirse libre al
estar contigo, dará lo mejor de sí y te hará más feliz.
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario